G   E   N    T   E  .

 

 

 

                   caricias

U na criatura sin alimentos, por más afecto que reciba de sus padres, no tendrá un desarrollo normal, pero los estímulos son tan importantes para la salud como los alimentos. Los niños necesitan ser tocados, besados, mirados, percibidos,... y cada persona, ya adulta, sigue necesitando ser reconocida con la palabra, el gesto, la mirada, la aceptación, versiones diferentes de estímulos. Todos necesitamos alguna forma de caricia, es la unidad de reconocimiento humano, ya sea en forma de mimo u otra forma de toque que nos permita sentir vivos. El reconocimiento de la existencia es, basicamente, lo que motiva a la humanidad.

Explorar el mundo incluye, al pie de la letra, agarrarle el modo a las cosas, y se afirma que el tacto es "la madre de los sentidos" y el primero en desarrollarse; su existencia se inicia en la séptima semana de gestación, mucho antes de que los ojos y los oídos estén completamente formados. Además, es el sentido más extenso porque la piel, donde se ubican los receptores táctiles, cubre todo el cuerpo.

A veces nos sudan las emociones, y al querer empaparnos la transpiración, con el suave albornoz de una amorosa compañía, advertimos que esta ahí. Rugosa, lisa, suave, callosa, clara, oscura... es nuestra piel. La frontera que nos contiene y nos retiene. El contorno que nos define. A menudo es lo único con lo que podemos contar. Tangible, asíble... siempre a mano para el placer y el dolor. Pero siempre evocadora, en su vibración, en su temblor... recordándonos que dentro y fuera de ella, existen mundos que se buscan. Espacios cóncavos y convexos a los que ella se amolda. Luces y sombras a las que presta su elasticidad. La piel en su silenciosa muda, nos lleva rodando por el tiempo, y nos enseña la medida del crecimiento.

El caso es que el lenguaje del tacto es una suerte de comunicación no verbal. Nos relacionamos mediante códigos de comunicación corporal que parecen automáticos y espontáneos, pero que son practicados, literalmente, con mucho tacto. Todas las sociedades tienen reglas tácitas sobre el momento, lugar, tipo de relación y mensaje que implica cada toque. Apretones de manos, besos en las mejillas, abrazos y ligeros roces son permitidos en ciertas circunstancias, con determinadas personas, en una zona delimitada y con una duración definida. Violar esas leyes no escritas es generalmente tabú, al menos hasta que la cercanía física cruce el umbral de la mera formalidad para entrar en códigos de mayor intimidad. También influye la cultura, los europeos meridionales y los latinoamericanos son mucho más efusivos que los ingleses, por ejemplo. Cierto estudio referente a las cafeterías de Puerto Rico, París y Londres llegó a la conclusión de que los puertorriqueños e tocan entre sí 180 veces por hora, los parisienses, 110 veces, y los londinenses, ninguna. Suelen ser las circunstancias de trato interpersonal las que determinan en gran medida cuanto contacto físico resulta aceptable para la gente: en las competiciones deportivas, hasta los hombres más reacios a ser tocados se abrazan con exuberancia, en las oficinas, el jefe tal vez de una palmada a un subordinado en el hombro, pero rara vez ocurre lo contrario. El temor a ser tocados en un momento y lugar no apropiados es universal, pero desde niños también aprendemos que el tacto puede mitigar el dolor e instintivamente nos frotamos una magulladura después de caernos, y decimos que nos vendría bien una mano amiga cuando es el ánimo el que ha resultado herido. Las señales nerviosas producidas al frotar con suavidad los receptores de presión pueden interferir en las emitidas por los de dolor, lo cual reduce en la corteza cerebral el efecto de las señales dolorosas y según algunas investigaciones, la estimulación tactíl contribuye a que el cerebro del bebé produzca ciertas sustancias necesarias para el crecimiento y para las reacciones corporales al estrés. ¡Cuantas veces también, un oportuno abrazo nos ha sostenido con su afecto en el traspiés, producido por los escollos en nuestro camino.

No obstante, aunque las normas de cada sociedad regulen la forma, el momento y la intensidad de esos intercambios, la necesidad de ser tocado es tan universal como la sed y el hambre. Tal vez sea imposible vivir con plenitud si carecemos de algún tipo de contacto físico con otros. Como lo sabe cualquier masajista o terapeuta corporal, la gente es capaz de pagar altos precios con tal de sentir una mano ajena sobre la piel. Una intima coreografía sensorial dispone los ritos, placeres, obligaciones y necesidades de una comunicación de la que nunca parecemos capaces de saciarnos.

Nuestras conductas resultan a menudo inducidas por nuestra necesidad de reconocimiento, y muchas veces, toda una serie de acontecimientos es motivada por un simple gesto de atención. Lo que a algunos psicólogos les ha llevado a considerar que la vida de los seres humanos está orientada a conseguir un abrazo incondicional, una respuesta amorosa por el simple hecho de existir.

Y en esta andadura solo podemos aprender de la experiencia. El crecimiento personal no proviene simplemente de la adopción de ideas esclarecidas, sino de la práctica, en el readiestramiento de nuestros hábitos. A veces algunas ideas captan nuestra adhesión, pero la experiencia nos enseña si son validas y cual es su sentido. Así, nuestro comportamiento tactil, la forma en la que nos brindamos al tocar, es la esencia de lo que queremos decir. A la manera de los bebes, que aún sin haber descubierto sus limites abren sus brazos ofreciendo y solicitando contacto. Quizás solo seamos, cada uno, jirones de un mismo tejido que intentamos enlazarnos, en la nostalgia intuitiva de una unidad. Y el tacto, un intento de entramado, que el pensamiento dificulta en su afán de búsqueda de la puntada perfecta. Algunos maestros espirituales suelen enseñar que no hay métodos para alcanzar la plenitud, sino que hay que comprender que toda manifestación de la existencia es expresión de esa plenitud.

Cualquier día, como cuando estamos ante un cartel de: "Pintura fresca" nos decidimos a tocar la vida, para ver que tan fresca está.

 

 

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